Los seis crímenes del Sacamantecas, el asesino en serie vitoriano
Han pasado 147 años del primero de los seis crueles asesinatos conocidos del Sacamantecas, el Jack el Destripador alavés. Quizá debería mencionarse al inglés como el 'Sacamantecas londinense', porque el alavés causó el terror con anterioridad, unos 18 años antes, aunque ambos cometieron espantosos y terribles homicidios en el último cuarto del siglo XIX. El asesino en serie más sanguinario de la Llanada, nacido en Eguílaz (San Millán) en 1821, ha sido llevado a los periódicos y también a la literatura en numerosas ocasiones. Pío Baroja lo menciona en la novela 'La familia de Errotabo' y Tomás Salvador, en 'Cuerda de presos', narra el traslado del Sacamantecas para ser juzgado en Vitoria. La novela obtuvo el premio nacional de literatura y fue llevada al cine, en 1956.
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Cartel de la película Cuerda de Presos (1956) basada en la novela de Tomás Salvador |
Aunque el criminal inglés ha sido mucho más mediático, el vitoriano no le fue a la zaga en crueldad. Cometió seis horribles crímenes en menos de una década, desde 1870 a 1879. Fue apresado en septiembre de ese mismo año, tras sus dos últimos y salvajes asesinatos, y ajusticiado en 1881, en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria. Estas son sus principales fechorías.
Primer crimen
Uno de los primeros en recoger los asesinatos del Zurrumbón, como también era conocido el aldeano de San Millán, fue el cronista vitoriano Ricardo Becerro de Bengoa, quien el mismo año de su ejecución (1881), a garrote vil, en el Polvorín publicó un folleto titulado 'El Sacamantecas, su retrato y sus crímenes, narración escrita con arreglo a todos los datos auténticos', en el que narra con todo tipo de detalles los crímenes de Juan Díaz de Garayo y Ruiz de Argandoña. En él, cuenta que...
El día 2 de abril de 1870, a la caída de la tarde, salieron de la ciudad de Vitoria por el Portal del Rey, difigiéndose hacia los términos del Polvorín por la carretera de Navarra adelante, un hombre de pobre aspecto, como de unos cincuenta años de edad y una mujer joven aún, de baja estatura, gruesa y regularmente vestida. Era él un labrador apellidado Garayo y ella una infeliz extraviada llamada M..... muy conocida en la ciudad entre la gente de cierto género de vida. Habían convenido ambos salir a hablar un rato en las afueras, y en efecto, avanzaron por la carretera hasta más allá del camino que cruza al Polvorín, y, tomando en la bajada de la cuesta, hacia la derecha, siguieron el curso arriba del arroyo llamado Recachiqui, que corre por la cuenca que forman los altos de Judimendi y Santa Lucía. (El mencionado arroyo fluye ahora entubado bajo la calle Jacinto Benavente).
Al hallarse a bastante distancia de la carretera se sentaron en una hondonada de la orilla, donde permanecieron un rato en amable compañía, Garayo sacó después tres reales del bolsillo y se los entregó a la M. la cual al verlos empezó a increparle, porque era muy corta la cantidad. Esto dio origen a una disputa, en la que el labrador le ofreció un real más pretendiendo ella que debían ser cinco. Sucedieronse las palabras duras de una a otra parte y entonces Garayo, arrojándose sobre la M. la derribó en tierra, la sujetó fuertemente, impidiéndole que gritara, le oprimió la garganta con las manos hasta dejarla medio estrangulada, y para acabarla de matar sumergió su cabeza en un pequeño remanso de agua, que hacía el arroyo, y que tenía pie y medio de profundidad, sujetándola con las manos y sosteniéndola en tal posición con una rodilla sobre las espaldas, hasta que observó que había muerto. El furioso asesino la desnudó después de todas sus ropas, la extendió boca arriba sobre el arroyo, la contempló algún tiempo y, arrojando después los vestidos sobre ella, huyó hacia la ciudad, cuando ya las sombras de la noche habían cubierto casi por completo el horizonte.
A la mañana siguiente un criado de una casa de Vitoria que caminaba por las orillas del Recachiqui encontró "espantado" el cadáver "medio sumergido en el agua" y dio parte de él a las autoridades de la época. Se identificó el cadáver de la mujer "cuyo marido cumplía entonces una condena en presidio, y por más que se creyó que había sido víctima de un crimen, nada pudo descubrirse y la causa fue archivada", concluye Becerro de Bengoa.
El segundo, en Arana
"No había transcurrido un año", prosigue el cronista, "cuando el 12 de marzo de 1871, antes del anochecer" el Sacamantecas mantuvo una conversación en una acera de Portal del Rey con una viuda sin hijos, -A. S.-. De más edad que la primera víctima pero también "pobremente vestida" vivía "ganando algunos humildes jornales, unas veces, e implorando la caridad publica, otras", apunta Becerro. Garayo le propuso un "paseo por el campo" y ella le dijo que no había comido en todo el día por lo que él le ido un real y le indicó que le esperaba en la carretera de Navarra.
Tras tomarse un vaso de vino y comer un poco de pan se reunió con Garayo. Juntos caminaron hasta el camino del Polvorín Viejo, para llegar después al de Arana, "tomando por detrás de la casa del Carbonero y campo inmediato, hasta el término llamado Labizcarra", "a cuatrocientos metros" del lugar del primer crimen. Una discusión por la cuantía económica volvió a desembocar en el mismo resultado. Él "terminó por avalanzarse sobre la mujer, derribarla y estrangularla, oprimiendo su cuello", indica el cronista. "Cuando Garayo se hubo convencido de que estaba muerta, se dirigió, ya de noche, hacia la ciudad, entró en su casa y se acostó".
El tercero, la niña de Gamarra
La "impunidad -ante los dos crímenes sin testigos- debió alentar a su menguado espíritu a proseguir adelante en tan horrible conducta", explica el periodista de la época. Así, el 21 de agosto de 1872, después del mediodía se dirigía "por la carretera de Ochandiano hacia el pueblo de Gamarra Mayor. Los labradores que trabajaban en aquellos campos se habían retirado a comer; no se veía a nadie en todo el contorno", hasta que Garayo se cruzó, entre Gamarra y Vitoria, con una "robusta y agraciada joven, casi una niña" apunta Becerro de Bengoa que posteriormente se sabría que tenía "13 años".
"Verla y sentir el criminal encendidos sus infames deseos. Al pasar inmediato a ella, sin decirle una palabra, le echó la mano izquierda al cuello, la arrastró fuera de la carretera, a una de las acequias inmediatas" donde la asfixió y abusó sexualmente de ella. "Era una criada de Gamarra que había sido enviada por sus amos a hacer unos encargos a Vitoria, distante de dicho pueblecito unos cuatro kilómetros. Allí, en pleno día en los campos de la llanada alavesa donde jamás habían corrido peligro las jóvenes aunque caminasen solas, quiso su suerte desventurada que cayera en brazos del insaciable monstruo más peligroso y terrible en medio de un país civilizado que las fieras para los viajeros en los territorios salvajes", apunta Becerro de Bengoa.
Pánico en Vitoria, antes del cuarto
Este crimen causó "el espanto y la indignación" en Vitoria y en "todas las aldeas inmediatas", por lo que "la opinión pública se inclinó a creer que existían uno o varios criminales misteriosos", contaba Becerro en aquella época. "El terror empezó a cundir por la comarca y ni los padres ni los esposos permitieron que las mujeres se alejaran de los pueblos sin ir bien acompañadas", explica el cronista.
"Ocho días después" del tercer crimen, cuando la Policía todavía trabajaba en descubrir al autor o autores "otro nuevo de idéntico aspecto" vino a completar este cuadro tristísimo". El cronista indica que Garayo "salió de su casa al anochecer del día 29 de agosto y a los pocos pasos encontró a M.C. muchacha de 23 años, de la cual tenía noticias de que era de mala conducta y costumbres. Se detuvo con ella, le manifestó sus deseos, convino la M. y se adelantó por el portal de Barreras por la carretera de Rioja, seguida de lejos por Garayo, método que éste practicaba para evitar un motivo más de ser descubierto. Caminaron hasta el cruce de La Zumaquera, donde se reunieron, avanzando por él hasta el puente que hay sobre el riachuelo que atraviesa dicho camino".
Una nueva discusión monetaria terminó en "reyerta" y tras estrangularla le clavó una horquilla, que ella misma llevaba, en el corazón. Nadie sospechó de él y en este último crimen incluso algunas sospechas recayeron sobre "un soldado del regimiento de L. entonces de guarnición en Vitoria". El nuevo crimen hizo crecer la alarma social y sobrepasó los límites provinciales. "Las inmediaciones de la ciudad y de las aldeas se despoblaban en cuanto avanzaba la tarde" donde se tomaban "completas precauciones".
Dos intentos fallidos
"Siempre cauteloso", Garayo "dejó transcurrir un año desde el crimen de la Zumaquera". En una tarde del mes de agosto de 1873, "condujo también a las inmediaciones del Polvorón a una joven de mala vida, con la que pasó algún rato", narra Bengoa. Se volvió a repetir la misma escena de la discusión de carácter económico para entablar una lucha en la que "la muchacha pudo gritar, mientras aquel la agarraba del cuello". Los gritos alertaron a "algunos soldados de la guardia del Polvorín, ante cuya presencia, el criminal emprendió la fuga".
Un año más tarde, en junio de 1874 Garayo "caminaba solitario por el camino de la Zumaquera" cuando "dio con una mujer anciana y enferma". "Al aproximarse a ella, sin decirle una palabra, le echó mano al cuello, intentando derribarla, pero, resistente la mujer empezó a defenderse y dar voces" lo que alertó a otras dos mujeres que ahuyentaron a Garayo. Según Bengoa, de estos conatos no tuvo conocimiento la justicia.
En 1876, Juan Diaz de Garayo enviudó de su tercera esposa cuya muerte quedó "envuelta en misterio", para un mes más tarde volver a contraer matrimonio con una "pobre viuda de avanzada edad".
El quinto y el sexto, o ¿fueron obra de imitadores?
Durante dos años no hubo crímenes de este tipo en Vitoria, pero el 2 de enero de 1978 se descubrió otro "tan horrible y más sangriento que los anteriores". Fue en el camino entre Mendiola y Castillo, "no lejos de la carretera de Arechavaleta". El cadáver de una mujer de 55 años fue encontrado tras haber sido asesinada y mutilada. "Aquella infeliz, madre de familia", había ido a Arechavaleta a comprar y, a la vuelta, en el camino de Mendiola, cerca del anochecer fue "asaltada por el criminal o criminales", apunta Bengoa quien afirma que Garayo, durante los posteriores procesos judiciales negó "constantemente" este crimen.
La alarma se desató de nuevo en la provincia y "la fantasía de sus gentes", al conocer los detalles del crimen, "bautizaron al presunto autor de los crímenes del campo de Vitoria como El Sacamantecas", "monstruo que asesinaba a niños y hombres para sacarles las mantecas y hacer con ellas ciertas composiciones de maravillosa eficacia", apunta Becerro de Bengoa.
Dos meses después, el 28 de febrero, en una "concurrida pero retirada" calle de Vitoria, "y no de muy buena fama" se cometió otro "espantoso crimen de idénticas formas que el anterior, pero más infame aún si cabe". "Hallábase en su casa la niña M. L. de once años de edad cuando llamó a la puerta un hombre viejo que pregunto si había en la casa algún cuarto vacío". La cogió del cuello y tras abusar de ella le causó varias heridas mortales en el vientre, de las que murió días después en el hospital. La descripción aportada por la pequeña y gracias a que una vecina vio a un viejo en las inmediaciones de la vivienda fueron claves para apresarlo y llevarlo ante la niña quien lo reconoció "tres veces por su víctima en el hospital", asegura Ricardo Becerro de Bengoa. El viejo, A. de 75 años de edad, fue condenado a pena de muerte en Vitoria, en 1880.
Sin embargo, en aquel tiempo apareció el cadáver de una joven que había sido víctima de los más infames ultrajes" del que se sospechó de "J., el pastor", aunque "no pudo obtenerse ningún resultado positivo". Ante ello, Becerro de Bengoa asegura que "el Sacamantecas tuvo indudablemente imitadores".
El cronista estima que entre el 74 y el 78 Garayo no actuó, concretamente hasta el 1 de noviembre de 1878 cuando "en un molino de las cercanías de Vitoria" intentó estrangular a la molinera cuando se encontraba sola. Sin embargo, ésta pudo escapar y dar parte a las autoridades, por lo que Garayo fue apresado y cumplió dos meses de prisión por este último ataque sin que sospechasen de que fuera el autor de otros crímenes. Más tarde, también intentaría matar a "una mendiga anciana en la carretera de Castilla, entre los pueblos de Gomecha y Ariñez".
La joven de Zaitegui y la labradora de Nafarrate
Su siguiente víctima fue una joven soltera de 25, natural de Zaitegui, que se encontró "en la carretera entre Murguía y Vitoria" a la que causó graves heridas en el pecho y en el vientre, después de caminar juntos durante un tramo. En ese trecho, "un muchacho peatón, conductor interino de la correspondencia se fijo en ellos" y dos vecinos de pueblos próximos se encontraron con Garayo y charlaron con él, antes de que pasara la bajo "los puentes de Arriaga inmediatos al río Zadorra". Tras vagar por la zona durante la mañana siguiente, "una pobre anciana cayó en las garras" de Garayo en "el solitario sendero que desde la carretera de Araca pasa por los caseríos de Araca con dirección a Nafarrate". Garayo terminó por "abrir de arriba a abajo" a esta labradora, M. A. de 52 años, vecina de este último pueblo, entre otras atrocidades.
Al día siguiente, el Juzgado de Vitoria tuvo conocimiento de los asesinatos de Zaitegui y Araca, lo que elevó el caso de El Sacamantecas a "las provincias inmediatas, en España entera, y se transmitió al resto del mundo", según Becerro. Las pocas personas que le vieron los días de los hechos fueron interrogadas y las autoridades concluyeron que los datos coincidían con los de Juan Garayo, que ya había estado encarcelado por el ataque a la molinera, por lo que ordenaron su búsqueda y captura. El 21 de septiembre, según la crónica de Becerro de Bengoa, Juan Díaz de Garayo y Ruiz de Argandoña volvió a Vitoria y fue apresado y conducido a la cárcel, donde acabó por confesar seis asesinatos y cuatro tentativas.
El 11 de mayo de 1881 el Sacamantecas era ejecutado en público, a garrote vil, en el Polvorín ante la expectación de un pueblo tras haber atemorizado durante una década.
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