Si te cuentan la escena sales corriendo: imagina que un día sales a la calle y te llueve encima una especie de bicho con forma de pez, aunque con una boca circular llena de dientes. Corres a hacerle una foto, buscas en Google y descubres que no es un alienígena (alivio) sino un pez vampiro (susto)
Ahora debes saber que esto es una historia real pero que, pese a ello, no deberías asustarte.
La escena tuvo lugar hace semanas en Fairbanks, una población de Alaska en la rivera del río Tanana, a unos 400 kilómetros del océano. Allí encontraron un ejemplar adulto y relativamente grande de ese 'pez vampiro', una lamprea ártica que es autóctona de la zona. Se trata de un pescado parásito cuya meta en la vida es chuparle la sangre a salmones y peces de gran tamaño, dejándoles unas características cicatrices circulares -la forma de su dentada boca-.
Pese a su aspecto fiero, las lampreas árticas (no confundir con sus 'primas' las lampreas marinas, que se han convertido en una plaga en los Grandes Lagos tras llegar por accidente) son una especie apreciada en la zona: los habitantes de las franjas costeras de Alaska conviven con naturalidad con ellas, e incluso las consumen (y dicen que están buenas). Una de sus principales amenazas, de hecho, somos los humanos y nuestras aficiones gastronómicas.
Pero el otro gran enemigo de esta especie de mezcla entre una trucha, una anguila y un Drácula del espacio son las gaviotas. Dado que viven en los ríos, en cuanto estos van a morir hacia el mar, los cazadores alados van a por ellas. De hecho, y aunque en un primer momento se pensó que la lamprea del jardín había 'llovido' en una tormenta (algo improbable porque no son peces pequeños), la realidad es que fue la presa frustada de una de estas aves que, por lo visto, la soltó en pleno vuelo
La historia, que empezaba como si fuera una película de terror, tiene final feliz: un vecino recogió al terrorífico especímen, lo llevó a la sede más cercana del Departamento de Pesca y Juegos de Alaska y allí están cuidando de ella.
En las fotos se le ve felizmente adherida a la pared del acuario, enseñando su terrorífica sonrisa y recuperándose de las cicatrices que la gaviota le dejó
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